Oh, los ministros
Una de las funciones del Gobierno más devaluadas de los últimos tiempos en el Perú es sin duda la de ministro de Estado.
Todo parte de su designación defectuosa: hechas las excepciones de regla, un ministro no es visto como ejecutivo A1, llamado a producir resultados satisfactorios, sino como un peón de ajedrez del presidente de turno, dispuesto a ser sacrificado al primer movimiento en falso.
Es más: forma parte de un Gabinete que, debiendo parecerse al directorio de una empresa privada, acaba siendo generalmente una fuerza de choque político frente a los demás poderes, y cuando todos quieren ver en ese Gabinete un dinámico rodillo de cumplimiento de metas y objetivos de desarrollo, encuentran en él un cortesano juego de sillas, en una disputa por el tiempo breve o prolongado de ocuparlas, según el favor presidencial.
Saber que se puede acceder al puesto de ministro desde una condición de disponibilidad para todo uso y desde la necesidad de relleno en circunstancias de crisis es aún más triste.
Probablemente un presidente se sentiría menos monarca en su juego de poner y sacar ministros cada vez que quiere si el diseño constitucional del sistema democrático contemplara, por ejemplo, como contrapeso, que el Congreso tuviera la facultad de impedir que no solo uno, dos o tres ministros sino todo un Gabinete sean echados de sus puestos de la noche a la mañana, atendiendo a una situación de ‘humor’ o ‘crisis’ del momento.
Muy lejos de esta opción que me permito trazar en el tablero de una reforma razonable, lo que ocurre en la realidad es inaceptable: la pretensión de sacar a un ministro a punta de encuestas y portadas en vez de hacerlo mediante el canal de una bien fundamentada censura parlamentaria, y la pretensión también de más de un ministro de encubrir su mala gestión sectorial entornillándose en una “lealtad presidencial”.
En nuestra historia contemporánea, hemos tenido muchas experiencias de conductas presidenciales y ministeriales que nos han demostrado que los gabinetes no son un juego de sillas ni una feria de vanidades. El jurista Alfonso de los Heros le renunció a Alberto Fujimori apenas enterado del autogolpe de 1992. Y ahí vive con la frente en alto. Alan García mantuvo en sus puestos durante casi todo su gobierno a dos ministros claves en dos sectores entonces sensibles, entre el 2006 y el 2011: José Antonio Chang en Educación –salió del cargo meses antes de que culmine el gobierno– y José Antonio García Belaunde en cancillería –se mantuvo durante todo el gobierno–.
Dentro de la comprensión de que los cargos ministeriales son cargos esencialmente políticos y por lo tanto removibles responden también a la necesidad de ser en sí mismos garantes de estabilidad.
Y por último, por qué no ensayar la posibilidad de convertir a cada ministerio en una estructura meritocrática de carrera con un viceministerio técnico a la cabeza, para alejarlo del manoseo presidencial y parlamentario.