Publicado en El Comercio el 18/09/2023

La trilogía del mal peruano

Vista la política peruana de estos tiempos, podría pensarse que recién se instala entre nosotros la conjugación cotidiana y perversa de la hipocresía, la anarquía y la impunidad.

No es así.

Esta trilogía del mal peruano suele ser históricamente cíclica, va y viene cada tiempo, como modo de vida y a veces como medio de vida de quienes buscan mantener, recuperar y conquistar poder político a toda costa, al filo de la ley, del orden y de la precaria institucionalidad democrática que hemos construido con no poco esfuerzo y sacrificio.

“¿Tan difícil es caminar derecho?” fue la frase que Nadine Heredia viralizó en el 2011 en las redes sociales para reprender públicamente al entonces vicepresidente Omar Chehade, por haber asistido a una reunión fuera de Palacio de Gobierno no consultada con ella. Al margen del proceso judicial por lavado de activos que se le sigue en libertad, como debió ser siempre, sin la prisión preventiva que innecesariamente le fuera aplicada, no puede olvidarse que Heredia terminó abiertamente cogobernando; es decir, cometiendo más que una grave falta de intromisión en los asuntos del Estado.

Toda una demostración de hipocresía, anarquía e impunidad en el ejercicio del poder, sobre la que nadie del acostumbrado coro de la defensa moral de la democracia dijo una sola palabra de reclamo en cinco años.

Casi un año antes, en octubre del 2010, el esposo de Heredia, el encumbrado candidato presidencial Ollanta Humala, decía en campaña y frente a su rival Keiko Fujimori que los corruptos “merecen la cárcel” y que un gobierno nacionalista, supuestamente el suyo, “los pondrá ante el Poder Judicial para que sean juzgados y sancionados”. Humala no solo consintió que Heredia cogobernara con él, sino que, por eso mismo y por otras razones, ella terminó envuelta en la misma acusación suya por lavado de activos. Humala también fue llevado innecesariamente a prisión preventiva y hoy en día enfrenta su proceso, como debe ser, en libertad.

La sonora prédica anticorrupción de Humala, precedida por la de Alejandro Toledo y seguida por las de Pedro Pablo Kuczynski, Susana Villarán, Martín Vizcarra y Pedro Castillo, ha tenido, en su doble moral, el triste final de morderse la cola. Es más: comprometió, en el trayecto por el poder y en el poder, a un importante sector de la izquierda que no ha hecho hasta hoy un deslinde claro con los cargos penales de estos personajes, ni con su propia apuesta moral y electoral por ellos.

Yendo muy atrás, ¿acaso no fueron los votos del Apra y de la izquierda los que decidieron la victoria de Alberto Fujimori en 1990 en contra del candidato liberal Mario Vargas Llosa? Y, yendo a un tiempo más fresco, al 2021, ¿acaso no fueron los votos de la izquierda los que determinaron que un sindicalista visiblemente inepto y comprometido con Sendero Luminoso a través de la organización ilegal del Fenatep se colara como candidato presidencial por todos los filtros del Jurado Nacional de Elecciones y de la ONPE, para luego llegar a la segunda vuelta electoral y ganar finalmente el gobierno, contra la candidatura de Keiko Fujimori?

Hoy volvemos a encontrarnos con la misma trilogía de la hipocresía, la anarquía y la impunidad, marcando el típico doble juego de quienes llaman a la democracia o al adelanto de elecciones después de haber sido uña y carne del régimen autoritario y corrupto de Castillo; echando leña oportunista a la hoguera de la polarización radical en el afán de pescar más adelante, a río revuelto, un par de curules o un par de ministerios; y creando las condiciones para que la corrupción no conozca de acusaciones ni de sentencias, sino del más grande de los espectáculos fiscales y judiciales: el de la denuncia de ayer que se olvida hoy o el de la investigación de mañana que morirá en el tumulto de la colaboración eficaz.

El comportamiento político polarizado y anárquico de los últimos tiempos, de la izquierda a la derecha y pasando por el centro, le está haciendo un profundo daño a la gobernabilidad del país. Le está quitando una básica y necesaria agenda de orden, estabilidad y sentido de futuro. La sola alerta de que no tendremos el próximo año ni siquiera un crecimiento económico del 1% encierra un mensaje durísimo para la clase política, en el sentido de que esta tiene que sincerar culpas, dobleces e intereses; aprender a manejar acuerdos y desacuerdos, diligente e inteligentemente, respetando mayorías y minorías; someterse al escrutinio de la ley y la justicia; y ser un factor poderoso y decisivo de confianza y estabilidad y no un factor poderoso y decisivo de vileza y vergüenza.

Vayamos a eso: a la esperanza no perdida de ver a la clase política peruana deshaciéndose poco a poco del mal histórico de la hipocresía, la anarquía y la impunidad.

JPC

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